Tomado del Grupo de Facebook Nostalgia Cuba / Francisco Valiente
En una época donde la atención médica y la farmacología se desarrollaban con pasos agigantados en todo el mundo, La Habana albergaba un tesoro farmacéutico único antes de 1959. La historia de la Droguería Sarra, una maravilla farmacéutica fundada por un grupo de farmacéuticos llegados desde Cataluña, es una fascinante narrativa que revela no solo la evolución de la industria farmacéutica en Cuba, sino también la influencia de la moda y la innovación de la época.
En 1853, Valentín Catalá y Pradell, José Sarrá y Catalá, José Sarrá y Valldejulí, junto con el boticario Antonio González López, establecieron la sociedad Catalá, Sarrá y Compañía en La Habana. Este grupo visionario inauguró un establecimiento farmacéutico llamado "La Reunión", un lugar pionero donde se vendían medicamentos alopáticos y homeopáticos bajo el mismo techo. Esta iniciativa marcó un hito en la industria farmacéutica de la época.
En 1865, Valentín Catalá vendió su parte del negocio y regresó a Barcelona, lo que llevó a la disolución de la sociedad y la creación de "Sarrá y Compañía". Esta nueva empresa adquirió la finca 767 en Compostela número 95 ½ o 95 A para expandir sus operaciones. A lo largo de los años, La Reunión se transformó en un impresionante establecimiento con elegantes salones de estilo neogótico y neoclásico, lujosos mostradores y estanterías de maderas preciosas, y vidrieras y cristales decorativos inspirados en la moda francesa de finales del siglo XIX.
José Sarrá Valdejulí, uno de los socios fundadores, se convirtió en una figura destacada en la sociedad cubana. Fue vocal de la sección tercera de la Junta Superior de Instrucción Pública de Cuba, contribuyó a la fundación del Colegio Farmacéutico y fue su presidente en 1882. Incluso el rey de España, Alfonso XII, le otorgó el título honorífico de "Farmacéutico y Droguero de la Real Casa", autorizándolo a utilizar el Escudo de Armas Reales en las muestras, facturas y etiquetas de la Droguería Sarrá.
Trágicamente, en 1898, José Sarrá Valldejulí falleció repentinamente durante uno de sus viajes a Cataluña. La propiedad pasó a manos de su viuda, Celia Hernández Buchó, y la sociedad se denominó "Viuda de Sarrá e hijos". Su hijo primogénito, Ernesto, quien se había graduado recientemente como Doctor en Farmacia, asumió la responsabilidad de continuar la tradición familiar.
Ernesto Sarrá Hernández, con visión y determinación, modernizó La Reunión. Realizó transformaciones y remodelaciones que culminaron con la apertura de un gran complejo farmacéutico en 1914, compuesto por veintitrés edificios unificados mediante estructuras de hormigón armado. Ernesto también invirtió en publicidad destacando las bondades de su farmacia, lo que llevó a que el negocio fuera conocido principalmente por el apellido de su propietario, una tradición que perdura hasta el día de hoy.
La Droguería Sarra también se destacó por preparar remedios únicos a precios accesibles. Un detalle intrigante que ha salido a la luz es la existencia de un manantial de aguas vírgenes en los bajos del edificio, quizás uno de los secretos mejor guardados que contribuyó a la popularidad de la farmacia y sus productos.
Tras el triunfo de la Revolución, La Reunión fue nacionalizada, poniendo fin a una era dorada en la historia de la farmacología y la atención médica en Cuba. Sin embargo, el legado de la Droguería Sarra perdura como un testimonio de la innovación y la excelencia en la atención médica que existió en la Cuba pre-revolucionaria.
La historia de la Droguería Sarra es un recordatorio de la importancia de preservar y honrar el patrimonio cultural y médico de Cuba, un legado que sigue inspirando a las generaciones actuales en el campo de la farmacia y la atención médica.
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